La música y el cine nos parecen hoy en día indivisibles, porque ya nadie se plantea sentarse en una butaca a ver una película de Star Wars sin escuchar la épica partitura de John Williams o adentrarse en las sinuosas escenas de cualquier película de Christopher Nolan sin tener de fondo musical el increíble arte de Hans Zimmer. Las bandas sonoras y la propia música han servido para hacer aún más grande al cine, un espectáculo audiovisual desde décadas después de su invención, que precisamente tuvo su primera película sonora en un musical, como no podía ser de otra forma. Aquella cinta, El Cantante de Jazz, supuso un punto de inflexión en la manera de entender el cine y disfrutarlo, puesto que ahora había banda sonora y también diálogos en sonido en la película, todo un adelanto que no tardó en ponerse de moda.
La música ya era muy popular en aquellos tiempos, y los discos empezaban a venderse de forma masiva entre los jóvenes estadounidenses, pero hablamos de una época en la que la música seguía siendo algo restrictiva en cuanto a estilos. Por ejemplo, el blues estaba todavía dando sus primeros pasos y el rock todavía no se había inventado. Por supuesto, el pop o la electrónica eran impensables a mitad de los años 20. Así que la música escogida solía ser clásica, tirando de compositores primordialmente europeos y románticos, o también propiamente norteamericana, con el jazz, un estilo que había surgido en Estados Unidos por la mescolanza entre las músicas negras y los ritmos propios del país, y que estaba generando tanta expectación que no tardó en llegar a las primeras películas sonoras. Esta es la historia de la relación entre cine y jazz, no siempre correspondida.
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